lunes, 20 de abril de 2015

Viernes de historias: La historia de Lucrecia Borgia y su familia desalmada

Este viernes tocaba la historia de una mujer sumamente controvertida. Lucrecia Borgia, nacida en Subiaco, hija del cardenal Rodrigo Borgia y de su amante favorita de ese momento Vanozza Cattanei. Fue la tercera de cuatro hijos que tuvo con Rodrigo con Vanozza: Juan, César, Lucrecia y Joffre. La historia de Lucrecia es un cúmulo de intrigas y redes de poder, y al mismo tiempo representa perfectamente la época del renacimiento por su educación y gusto por las artes.
Primeramente, el cardenal puso a sus hijos bajo la tutela de Adriana Orsini, por lo que Lucrecia aprendió a leer y escribir en griego, latín, francés y español, además de canto, música, dibujo, y poesía, además de  buenas maneras. Su instrucción religiosa corrió a cargo de las monjas de San Sixto en Roma.

Todo iba bien en la vida de Lucrecia cuando en 1492 su padre fue elegido Papa y entonces se llamó Alejandro VI. Automáticamente, los miembros de su familia adquirieron nobleza, y por ende, Lucrecia sería una pieza de importancia en el panorama político de la época.
Los candidatos fueron numerosos, pero en ese momento la propuesta de la familia Sforza, de casar a Giovanni Sforza, (hermano de Ludovico el Moro  duque de Milán) con Lucrecia fue la más atractiva en ese momento, pues con ese matrimonio se establecían alianzas en el norte y centro de Italia. Lucrecia aún no cumplía los catorce años, y casi dos años después de la boda, el Papa y César su hermano mayor, decidieron que la alianza con los Sforza ya no era de utilidad, así que decidieron disolver ese lazo de unión conyugal.

En esa época no existía el divorcio, y Lucrecia era una pieza importantísima en el juego político, de manera que bajo la presión del Papa (seguramente bajo pena de excomunión) Giovanni Sforza  aceptó que nunca había habido consumación del matrimonio, que Lucrecia seguía siendo virgen, pues era impotente. Imagina el orgullo y la hombría de Giovanni Sforza hecha pedazos junto con su reputación, pero no podían oponerse al Papa, de manera que tomó venganza diciendo que Lucrecia mantenía relaciones con su padre y con César, su hermano, y de ahí se espació el rumor que ha llegado a nuestros días.

El caso es que mientras Lucrecia vivía en Pesaro durante su matrimonio, un pintor italiano, Pinturicchio realizó en los Apartamentos Papales una serie de pinturas que retrataban a la familia Borgia. Resalta entre ellos un fresco titulado La disputa de Santa Catalina, que abarca toda la pared norte de la estancia.
Ahora bien, Pinturicchio tomó como modelo a Lucrecia Borgia para personificar a Santa Catalina, quien discute con el emperador Majencio sobre cuestiones de religión. Juan Duque de Gandía va vestido a la moda oriental y a caballo, y casi junto a él un jinete rubio es Joffré. A la izquierda del trono, otro personaje oriental es el Príncipe Cem, quien vivió en familia con los Borgia. Toda esta escena se desarrolla en un paisaje donde hay un arco de triunfo con la inscripción Pacis cultori (Al que ama la paz). El emperador Majencio es el mismo César Borgia,  segundo hijo varón del Papa del cual nos ocuparemos en otro post. Te dejo aquí la imagen para que la conozcas.

La disputa de Santa Catalina, Pinturicchio, Apartamentos Borgia.


Lucrecia durante su periodo de recién disuelto el matrimonio, mantuvo una relación con un ayudante del Papa llamado Perotto, con quien engendró un hijo que sería un impedimento para una nueva alianza matrimonial que conviniera a su familia, de manera que el niño fue registrado como hijo de César Borgia, y años después, en otro documento, se afirmaba que era hijo del mismo Papa con una "mujer honesta",  designado con el título de Infante Romano y separado de Lucrecia a muy corta edad. Con esto, el Papa pretendía proteger la reputación de Lucrecia, pero logró lo contrario, que la gente especulara que realmente Giovanni el Infante era hijo del Papa con su propia hija.

Cuando le encontraron a Lucrecia otro marido, Alfonso de Aragón Duque de Bisceglie, fue amor a primera vista entre los dos, lo cual alegraba al Papa. La felicidad era tan visible que en Roma se decía "llueven caricias".
El matrimonio y la felicidad duraron poco, pues César que no veía provechosa la unión, atentó contra Alfonso, logrando su objetivo y dejando a Lucrecia viuda y con un pequeño niño fruto del amor. Rodrigo, así se llamaba el niño en honor al padre de Lucrecia, fue separado de su madre cuando la comprometieron por tercera vez, ahora con Alfonso d’Este, duque de Ferrara. Para evitar conflictos con la corte ferraresa, Rodrigo de 2 años fue a vivir con la familia de su padre y luego con un tutor. Nunca vería más a su madre, pues moriría a los doce años de enfermedad, lejos de ella.

En Ferrara, Lucrecia agrupó una corte de músicos, pintores, poetas y humanistas. Su matrimonio con Alfonso de Este duraría 17 años, durante los cuales varias veces Lucrecia sería administradora de Ferrara, promoviendo la protección para los desfavorecidos e impartiendo justicia, una tarea asociada siempre al género masculino

Retratos de Lucrecia Borgia, La disputa de Santa Catalina, de Pinturicchio, Lucrecia Borgia de Venziano,
y Lucrecia, de Dante Gabriel Rosetti.


Ahora te cuento el momento romántico. Cuenta Genvieve Chastenet, una de las mejores biógrafas de Lucrecia, que la hija del Papa no conocía a su futuro marido Alfonso de Este. Para poder llegar al ducado de Ferrara, donde serían los festejos, Lucrecia realizó un viaje de varias semanas. Un día antes de entrar a Ferrara, estando a las afueras de la ciudad, decidió tomar un baño relajante y prepararse para conocer a su futuro marido. Alfonso de Este, debido a la reputación y los rumores que antecedían la llegada de su futura esposa, moría de curiosidad y de angustia por conocerla, por lo que pasó lo siguiente:

               "Sólo Ángela, Jerónima  y su criada se quedaron con ella para el rito capilar.  Luego la ayudaron a instalarse de espaldas al fuego, colocando cojines debajo de sus pies y disponiendo sobre sus hombros, el respaldo y los brazos del sillón su cabellera que la envolvía hasta el suelo como un manto de oro.
               De pronto, un ruido de cascos herrados que anunciaba la llegada de jinetes sobresaltó a sus parientes. Se oyeron gritos. Se abrió la puerta y apareció don Ferrante, seguido de otro hombre. Éste, con gesto decidido impuso silencio. A paso lento avanzaron  hacia la chimenea, mientras Ángela y Jerónima corrían a proteger a su prima. Después de destocarse, se pasó la mano varias veces por la frente, como para estar seguro que no soñaba. Lentamente se acercó al sillón y miró con sorpresa y admiración a la bella durmiente, sin maquillaje y sin adornos, con quien en adelante compartiría la vida... De la cascada de oro de derramada en torno a Lucrecia, una frente de marfil destacada por el arco de las cejas, párpados como flores de lino, mejillas graciosamente redondeadas, nariz recta una boca púrpurea abierta sobre dientes blancos, un cuello níveo, senos encantadores y curvas delicadas, largas manos que se le antojaron una ofrenda sobre el sillón.
                Cuando la joven despertó, la sorpresa y la emoción de ver a Alfonso petrificado le confirieron una languidez encantadora. Él se arrodilló y besó el anillo nupcial mientras la mirada de Lucrecia se posaba en el iris de sus ojos.
                Con esa suave ternura tan suya, ella le acarició la frente amplia, las cejas pobladas ... Ese hombre fuerte como una torre se irguió, la levantó del sillón y la tomó en brazos. La gracia, la alegría, las palabras jutas, la evidente sinceridad de Lucrecia lo fascinaron, concediéndole el don de tacto y la galantería."
(Chastenet, Lucrecia, ángel o demonio, 2004)



2 comentarios: